¿Quién al sumergirse en la pasión de un partido de fútbol no ha gritado con desespero por un gol marcado a último minuto? ¿Quién no se ha desfogado a rabiar porque el jugador, que no había hecho nada en el partido, marca el gol determinante del cotejo? Sí, yo he sido uno de los que, sin discurrir en quién esta a mi lado, ha puteado y aplaudido por un gol sin importar en la estética de la anotación y la construcción de la jugada. También quiero decirles que soy uno de esos hinchas que han llorado desconsoladamente porque su equipo ha quedado eliminado por la falta de solamente uno de ese fantástico símbolo de jerarquía dentro de la cancha. Aunque no les vengo a hablar (en totalidad) de mis sensaciones personales al escuchar ese alarido que sale de la boca del estómago, sí necesito, como toda experiencia artística, de retomar a mi “yo” en el que están enmarcados en la memoria algunos goles por su importancia histórica y personal.
El primer gol que pasa por mi cabeza es una anotación que marca Juan Pablo Ángel a Uruguay en el Estadio el Centenario. Recuerdo, un poco borroso, estar sentado en la sala de mi abuela, no sé si estábamos viendo el partido con toda la familia o estaba solo, lo único que rememoró es el pase y me voy de Elkin Soto para llegar y desbordar por la banda, mandar un centro al segundo palo y ahí, en ese glorioso instante, aparecía Ángel para marcar el empate de Colombia. En ese momento ese gol no fue nada sobresaliente para mi vida, aún no entendía la pasión del fútbol y la moviola que genera la pecosa en cada corazón de su aficionado, pero hoy en día es totalmente valioso para mí. Según me contaba mi papá, años más adelante claro está, era que ese gol podía haber significado volver a pisar una cita orbital para la selección, cosa que no fue así, porque minutos después llegaría el gol definitivo del partido y se marcaría el 3-2.
Ese mismo año coincidencia o no, nace una de las canciones que se convertirá en uno de los himnos para cualquier hincha o jugador de potrero: 'El pibe de mi barrio' de Doctor Krapula, aficionados acérrimos quienes retratan las utopías infantiles de querer ser como Ronaldinho o El pibe, de colocar dos rocas para demarcar los límites del gol y que cualquier cancha se daba la vida por un roscón con gaseosa como si se estuviera jugando la final de la Champions League. Para mí, ahí se empieza a definir la pasión del fútbol, desde la simpleza de los niños, la picardía y el ensueño de pisar el pavimento del barrio como si fuera la grama del Camp Nou. Por eso creo que el gol es la marca más intransigente de que un partido de fútbol no es solamente esto, es mucho más. Un gol puede significar la clasificación de un equipo, la perdida de una polla o en nuestro caso personal en la historia del país; un gol puede ser capaz de que maten a alguien. Sí, eso le pasó al caballero del fútbol, Andrés Escobar. Una historia que aún retumba en los anales futbolísticos del país, aunque pocos recuerdan quién fue el que hizo el centro en el que un equívoco Escobar se metía un autogol que silenció al país y días después su vida. Y aquí es donde quería llegar, el gol o el fútbol, es algo que mueven todos los sentimientos humanos y es allí donde también confluyen todas las capas de la sociedad. Por eso, en algún momento de su vida Jean Paul Sartre dijo: El fútbol es una metáfora de la vida.
Sí, eso es, el fútbol esta cargado de historias que han dado de qué hablar desde el partido que se jugó en la mitad de La 1 Guerra Mundial entre ingleses y alemanes o la guerra iniciada por un partido de fútbol entre El salvador y Honduras. Pero no nos vayamos tan lejos de los mundiales, porque es allí donde aparece una historia que es recordada por el mismo Eduardo Sachieri en el cuento 'Dos mundiales y un país de fantasía' una narración con tintes de la ingenuidad civil y la malicia política, toda confluida dentro del fútbol. Allí narra la forma en como el fútbol terminó por ser una cortina de humo, exactamente un Argentina- Bélgica donde todo se estaba saliendo de control en el país y un gol, un fatídico gol de Bélgica marcó una ruptura que dos días después destapó la verdad donde el general Benjamín Menéndez reconoció la derrota en Malvinas frente a Inglaterra. Una rendición que ponía punto final a una increíble guerra que dejó como saldo 649 soldados argentinos muertos.
Aunque como dirían por ahí: el fútbol da en cuotas justas la dedicación de una vida, o eso pensarán los argentinos quienes no olvidarán nunca que cuatro años después El Diego iba a tomar venganza frente a los ingleses. Un robo legitimo enmarcado en un gol, donde Maradona lleva el balón se la pasa a Valdano quien no recibe bien y da un rebote que va cayendo al punto penal. Es ahí donde un Diego, mágico, casi divino y demoniaco a la vez, va metiéndose a toda carrera para marcar, salta y mete inescrupulosamente su mano para marcar. Ese gol es recordado como la venganza de un argentino frente a los ingleses, quizás por esto el Pelusa es recordado como tal dentro de lo que alguna vez Eduardo Galeano llamó la única religión donde no hay ateos.
¿Aún no me creen que el fútbol y sus goles pueden alterar la vida cotidiana de las personas y ser algo más que un simple deporte? Aquí me puedo quedar a escribir de los miles de goles que han marcado un hito en el mundo como los de este Mundial en Rusia, donde un gol de México frente Alemania se registró un microsismo artificial en el país centroamericano, debido a que varios de sus habitantes saltaron al mismo tiempo y generaron algo que solo hace la naturaleza, o el gol de Xhaka, un suizo que le marcaba a Serbia y celebraba recordando el águila de Albania como una reivindicación política. Pero me quiero quedar con esto, los goles son amores como mi recuerdo de un Juan Pablo Ángel en el aire haciendo honores celestiales a su apellido, porque el amor y el fútbol pueden llegar a destruir cualquier límite por impensable que sea, la línea de meta son barreras que nosotros mismos rompemos por una simple pasión.
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