Cuando pienso en hitos importantes para la música a nivel nacional, tomo como referencia, inmediatamente, al festival gratuito más grande de Iberoamérica: Rock al Parque.
En el Parque Metropolitano Simón Bolívar cada año se reúnen alrededor de 180 mil personas que se congregan, sagradamente, para escuchar y dar la vida por las bandas que hacen parte del festival. Por sus tres escenarios y sus tres días, han pasado grandes nombres como Exodus, Suicidal Tendencies, VHS or BETA, Anthrax, Día de los Muertos, Monstrosity, Napalm Death, Deafheaven, Baroness, Death Angel, H2O, La Santa Cecilia, Lamb of God, Obituary, Café Tacvba y muchos más que le han entregado momentos inolvidables a toda la audiencia.
Pero aquí no todo es tan bonito ni tan bueno. Así como Rock al Parque tiene fieles seguidores, es normal encontrar detractores que se quejan a lo largo de todo un año sobre las bandas que van o no a formar parte del line-up para su siguiente edición. Unos quieren más punk y rock, otros menos indie y más metal. Sin embargo, hay un grupo que segrega un odio particular: aquel que todos los años, cual ritual, habla de Rock Al Parque de forma despectiva y afirma, sin que les tiemblen las manos al momento de escribir, que “ya no traen bandas como las de antes”.
Si bien esta es una de las expresiones que más me generan escozor, también es la que más curiosidad me suscita. ¿Buenas bandas? ¿Como las de antes? ¿Qué tienen las buenas bandas que sólo tuvieron derecho a existir en un pasado y por qué se juzga a las actuales con tal dejadez?
El problema del gusto ha tenido un peso grande en mi camino como consumidora de música, y me atrevo a pensar que esta crítica de “buenas y malas bandas” es proveniente de un grupo que se apega tanto a su conjunto de códigos particulares que los toman por únicos e intransferibles.
Carl Wilson, quién me hizo pensar en esta entrada, hombre al que he leído este ultimo mes, en su libro Música de Mierda, publicado en el año 2016 por Blackie Books, nos muestra cómo se reproducen los gustos en la sociedad desde diferentes factores a los cuales voy a acotar: biológico, social y cultural.
Hablaré del primero, biológico: este demuestra cómo nuestro cerebro se adapta a la música a la que nos exponemos y así mismo nos va clasificando y dividiendo dentro de los diferentes grupos sociales que consumen los mismos contenidos, sin embargo este factor es cambiante. Por ejemplo: Toda la vida me crié con música para planchar, rock en español y tropipop; la gente que me rodeaba, conocía y disfrutaba de la misma forma estos géneros. Con esta predisposición en mi gusto, me topé de frente con bandas y sonidos que se salían de aquellos códigos que había afianzado durante tanto tiempo y que inicialmente no me gustaban. Ahora es esta la música que más escucho y con la que más me siento feliz. La pregunta es ¿por qué?
La dopamina es un mensajero químico y está implicada en la activación de los sistemas de recompensa cerebrales que se despliegan ante estímulos con carga emocional, tanto positivos como negativos, en este caso el placer de la escucha. Cuando nuestro organismo se acostumbra a algún sonido, se adhiere a que cada que lo escuché debe enviar dopamina que produce sensaciones positivas. Por lo tanto, si nos muestran algo nuevo, en un inicio generará un choque y terminará por desorientar —porque dichos sonidos no están registrados en el organismo— pero con el tiempo, al exponer el cerebro a esta estimulación, va a terminar acostumbrándose. Tal vez a los amigos puristas solo les hace falta adaptación.
Ligado al factor biológico, tenemos el social: cuando la segregación de dopamina en el cerebro cambia de estímulo (por ej: del hard rock al indie rock) y se acostumbra a él, también nos modificamos como seres sociales. Esto nos permite establecer relaciones con grupos específicos de personas que gracias a los gustos similares pueden relacionarse con más facilidad. Los gustos nos permiten una estratificación y una división social dentro de cualquier contexto. El rap, por ejemplo, se construyó a partir de lo marginal: barrios bajos y peligro es la concepción cultural que crece alrededor de este género. Así mismo con el rock, la salsa o la música clásica, todo pareciese estar predispuesto para que un público específico lo consuma. Biológicamente el ser humano tiende a intentar aumentar su estatus, tener siempre un cargo de importancia dentro de la manada y sobresalir dentro de su especie. Es por eso que se generan tantas discusiones entre el rock y el reguetón, entre el rap y el trap y así sucesivamente; siempre se pelea por un territorio donde se pueda estar seguro con aquellos que son iguales a nosotros. Los otros géneros son un ataque a la posición social y desestabilizan la pertenencia a una comunidad.
Ligado a toda esta distribución social dentro del concepto de cultura. Wilson habla en su libro de los tipos de capital: el capital monetario es aquel que tiene como centro el dinero, entre más dinero, más poder. Esto mismo sucede con el capital cultural: entre más, mejor. Pero lo que representa el capital cultural ha cambiado a lo largo de los años. En el pasado, tener un gusto definido por algo era lo que daba un nivel dentro del escalafón intelectual, era el especialista el cual tenía la potestad de pertenecer a la exclusividad y la posibilidad de alardear el “buen gusto” que poseía, la cultura correspondía entonces a tener conocimientos vastos sobre una temática específica. Sin embargo, con el tiempo el gusto cambió. La exclusividad si bien no fue mal vista, dejó de ser suficiente, entonces el consumo se abrió hacia la multiculturalidad (término nacido en los años 70) que, obviamente, también se trasladó a las artes. Así nacieron, por ejemplo, las fusiones que tanto son criticadas en este festival.
Desde este momento, la concepción de buen gusto y de capital cultural se dio a partir de la capacidad de poseer conocimiento de diversas cosas sobre diferentes temáticas. Esto le dio paso a la experimentación y abrió tarima para nuevos géneros. Algunos pudieron hacer la transición a la multiculturalidad, otros no. Por eso ahora se puede decir con naturalidad que escuchar reguetón y también rock les causa el mismo placer, aunque otros, que en su mayoría son pertenecientes a generaciones pasadas, miran con reticencia la no definición del gusto y la afectación que esto dio a “lo clásico”.
Este proceso de transición es lo que vive constantemente Rock Al Parque. En tres años consecutivos en los que he participado como asistente, siempre he visto que confluyen aquellos (entre los que me incluyo) que gozan de descubrir nuevas bandas y nuevas ramas de los géneros clásicos con los otros que prefieren que los géneros nunca cambien.
“Traer bandas buenas como las de antes”, sería ignorar un evidente cambio en la escucha de las nuevas generaciones, que si bien, disfrutan de la música vieja o clásica, también están expuestos a la inmediatez y al flujo de música comercializada digitalmente, música que ellos al igual que los que van por las bandas de antes, quieren ver y escuchar en tarima.
Tal vez es ese el punto del que debería partir todo aquel que quiera participar de este festival, que el lenguaje en común que manejamos como grupo de individuos es el que se tiene con la música, en este caso en especial, la que se da en vivo, y que por esto todos, tanto los que van por lo clásico como los que apuntan a la novedad, deben compartir el espacio sin tanta polémica, siendo un publico dinámico, dejándose adaptar a los nuevos sonidos y también empaparse de la historia de donde vienen todos estos. Rock al Parque es un festival para todas las edades.
Bandas buenas había, hay y habrán, los que decidimos si les damos espacio para disfrutarlas somos nosotros.
En el Parque Metropolitano Simón Bolívar cada año se reúnen alrededor de 180 mil personas que se congregan, sagradamente, para escuchar y dar la vida por las bandas que hacen parte del festival. Por sus tres escenarios y sus tres días, han pasado grandes nombres como Exodus, Suicidal Tendencies, VHS or BETA, Anthrax, Día de los Muertos, Monstrosity, Napalm Death, Deafheaven, Baroness, Death Angel, H2O, La Santa Cecilia, Lamb of God, Obituary, Café Tacvba y muchos más que le han entregado momentos inolvidables a toda la audiencia.
Pero aquí no todo es tan bonito ni tan bueno. Así como Rock al Parque tiene fieles seguidores, es normal encontrar detractores que se quejan a lo largo de todo un año sobre las bandas que van o no a formar parte del line-up para su siguiente edición. Unos quieren más punk y rock, otros menos indie y más metal. Sin embargo, hay un grupo que segrega un odio particular: aquel que todos los años, cual ritual, habla de Rock Al Parque de forma despectiva y afirma, sin que les tiemblen las manos al momento de escribir, que “ya no traen bandas como las de antes”.
Si bien esta es una de las expresiones que más me generan escozor, también es la que más curiosidad me suscita. ¿Buenas bandas? ¿Como las de antes? ¿Qué tienen las buenas bandas que sólo tuvieron derecho a existir en un pasado y por qué se juzga a las actuales con tal dejadez?
El problema del gusto ha tenido un peso grande en mi camino como consumidora de música, y me atrevo a pensar que esta crítica de “buenas y malas bandas” es proveniente de un grupo que se apega tanto a su conjunto de códigos particulares que los toman por únicos e intransferibles.
Carl Wilson, quién me hizo pensar en esta entrada, hombre al que he leído este ultimo mes, en su libro Música de Mierda, publicado en el año 2016 por Blackie Books, nos muestra cómo se reproducen los gustos en la sociedad desde diferentes factores a los cuales voy a acotar: biológico, social y cultural.
Hablaré del primero, biológico: este demuestra cómo nuestro cerebro se adapta a la música a la que nos exponemos y así mismo nos va clasificando y dividiendo dentro de los diferentes grupos sociales que consumen los mismos contenidos, sin embargo este factor es cambiante. Por ejemplo: Toda la vida me crié con música para planchar, rock en español y tropipop; la gente que me rodeaba, conocía y disfrutaba de la misma forma estos géneros. Con esta predisposición en mi gusto, me topé de frente con bandas y sonidos que se salían de aquellos códigos que había afianzado durante tanto tiempo y que inicialmente no me gustaban. Ahora es esta la música que más escucho y con la que más me siento feliz. La pregunta es ¿por qué?
La dopamina es un mensajero químico y está implicada en la activación de los sistemas de recompensa cerebrales que se despliegan ante estímulos con carga emocional, tanto positivos como negativos, en este caso el placer de la escucha. Cuando nuestro organismo se acostumbra a algún sonido, se adhiere a que cada que lo escuché debe enviar dopamina que produce sensaciones positivas. Por lo tanto, si nos muestran algo nuevo, en un inicio generará un choque y terminará por desorientar —porque dichos sonidos no están registrados en el organismo— pero con el tiempo, al exponer el cerebro a esta estimulación, va a terminar acostumbrándose. Tal vez a los amigos puristas solo les hace falta adaptación.
Ligado al factor biológico, tenemos el social: cuando la segregación de dopamina en el cerebro cambia de estímulo (por ej: del hard rock al indie rock) y se acostumbra a él, también nos modificamos como seres sociales. Esto nos permite establecer relaciones con grupos específicos de personas que gracias a los gustos similares pueden relacionarse con más facilidad. Los gustos nos permiten una estratificación y una división social dentro de cualquier contexto. El rap, por ejemplo, se construyó a partir de lo marginal: barrios bajos y peligro es la concepción cultural que crece alrededor de este género. Así mismo con el rock, la salsa o la música clásica, todo pareciese estar predispuesto para que un público específico lo consuma. Biológicamente el ser humano tiende a intentar aumentar su estatus, tener siempre un cargo de importancia dentro de la manada y sobresalir dentro de su especie. Es por eso que se generan tantas discusiones entre el rock y el reguetón, entre el rap y el trap y así sucesivamente; siempre se pelea por un territorio donde se pueda estar seguro con aquellos que son iguales a nosotros. Los otros géneros son un ataque a la posición social y desestabilizan la pertenencia a una comunidad.
Ligado a toda esta distribución social dentro del concepto de cultura. Wilson habla en su libro de los tipos de capital: el capital monetario es aquel que tiene como centro el dinero, entre más dinero, más poder. Esto mismo sucede con el capital cultural: entre más, mejor. Pero lo que representa el capital cultural ha cambiado a lo largo de los años. En el pasado, tener un gusto definido por algo era lo que daba un nivel dentro del escalafón intelectual, era el especialista el cual tenía la potestad de pertenecer a la exclusividad y la posibilidad de alardear el “buen gusto” que poseía, la cultura correspondía entonces a tener conocimientos vastos sobre una temática específica. Sin embargo, con el tiempo el gusto cambió. La exclusividad si bien no fue mal vista, dejó de ser suficiente, entonces el consumo se abrió hacia la multiculturalidad (término nacido en los años 70) que, obviamente, también se trasladó a las artes. Así nacieron, por ejemplo, las fusiones que tanto son criticadas en este festival.
Desde este momento, la concepción de buen gusto y de capital cultural se dio a partir de la capacidad de poseer conocimiento de diversas cosas sobre diferentes temáticas. Esto le dio paso a la experimentación y abrió tarima para nuevos géneros. Algunos pudieron hacer la transición a la multiculturalidad, otros no. Por eso ahora se puede decir con naturalidad que escuchar reguetón y también rock les causa el mismo placer, aunque otros, que en su mayoría son pertenecientes a generaciones pasadas, miran con reticencia la no definición del gusto y la afectación que esto dio a “lo clásico”.
Este proceso de transición es lo que vive constantemente Rock Al Parque. En tres años consecutivos en los que he participado como asistente, siempre he visto que confluyen aquellos (entre los que me incluyo) que gozan de descubrir nuevas bandas y nuevas ramas de los géneros clásicos con los otros que prefieren que los géneros nunca cambien.
“Traer bandas buenas como las de antes”, sería ignorar un evidente cambio en la escucha de las nuevas generaciones, que si bien, disfrutan de la música vieja o clásica, también están expuestos a la inmediatez y al flujo de música comercializada digitalmente, música que ellos al igual que los que van por las bandas de antes, quieren ver y escuchar en tarima.
Tal vez es ese el punto del que debería partir todo aquel que quiera participar de este festival, que el lenguaje en común que manejamos como grupo de individuos es el que se tiene con la música, en este caso en especial, la que se da en vivo, y que por esto todos, tanto los que van por lo clásico como los que apuntan a la novedad, deben compartir el espacio sin tanta polémica, siendo un publico dinámico, dejándose adaptar a los nuevos sonidos y también empaparse de la historia de donde vienen todos estos. Rock al Parque es un festival para todas las edades.
Bandas buenas había, hay y habrán, los que decidimos si les damos espacio para disfrutarlas somos nosotros.
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