Hace poco pensaba que sería una desgracia para mi generación
que Hozier se convirtiera en uno de
esos artistas one hit-wonder. En el
2013, con la puntería certera de un hombre alado, puso a cuanta emisora existente en más de
tres continentes, a reproducir, una y otra vez, Take Me To Church. El éxito, tanto de la canción como del video, la
posicionó rápidamente como “Una de las
mejores canciones de lo que va del siglo.” Durante el año siguiente publicó
su primer álbum “Hozier” y llegó hasta el 2015 como una de las grandes promesas de la música. A todo el éxito
arrollador lo sucedieron casi 2 años de silencio absoluto por parte del artista…
¿en serio ese álbum que oscilaba entre el rock el pop y el soul era todo lo que
el irlandés tenía para nosotros? Pista: ¡NO! (Thanks God!)
A finales del año pasado Hozier rompió su silencio con un EP
y dos sencillos posteriores que lo volvieron a ubicar en la mira. Nina Cried
Power, la canción que le dio nombre a la publicación es, sin duda, la prueba
de que al músico no le va a quedar difícil superar en calidad a la ya clásica Take me to Chrurch. La canción es un eco
en homenaje a algunos grandes artistas quienes apoyaron el movimiento
por los derechos civiles en su momento. Lo mejor es que si en
sus primeras obras se dejaba ver cierta atracción por el soul, aquí se ha
lanzado y zambullido en esas aguas siempre diáfanas y agitadas en compañía nada
más y nada menos que Mavis Staples: cantante
de gospel y activista política estadounidense.
A pesar del largo tiempo en que no tuvimos noticia en el
mundo de la música sobre Hozier; y de los 79 años de Staples, sus voces llegan
con la fuerza y la translucidez del espato de Islandia. Se acompañan de los
coros envolventes típicos de la profanación de la música sagrada, el
instrumento de percusión universal: las palmas, y unos tímidos, pero certeros
teclados y un bajo que ayudan a sostener la melodiosa voz del irlandés. Y aunque
no todas las nuevas canciones, ni las del próximo álbum según el mismo artista,
tienen ese peso político, la verdad es que sigue siendo una de las mejores
características de las producciones del compositor.
La segunda canción del EP es NFWMB, siglas de Nothing Fucks With My Baby. Una traducción
perfecta del equilibrio entre lo eléctrico y lo acústico; y el ya conocido
juego que el cantante establece entre la música y la poesía. Esta vez su voz,
lejos de la fuerza de la primera pista, pero con la seguridad inefable de la
suavidad, se deja escuchar mientras se pasea entre capas de velos movidos por
el viento silencioso que no busca birlar la voz, sino dilatarla. La canción parece
responder al poema Second Coming de Yeats desde la perspectiva de uno de “los
peores (quienes están) llenos de apasionada intensidad.” El panegírico de un seductor
que busca corromper con el deseo, la única salvación del fin del mundo.
El monstruo que ha sido despertado después “de veinte siglos
del pétreo sueño” va camino hacia Belén para destruir todo rastro de humanidad
y, sin embargo, existe una sola persona capaz de detenerle y hacerle
retractarse; pero claro, Hozier, su voz, es uno de los peores de este mundo y sabe que para dejar que la destrucción
suceda no debe atacar al monstruo sino a su debilidad, por eso le seduce. Una de
esas letras profundamente trabajadas y bien ensambladas que termina por ser el
lado B del poema de Yeats.
Movement, aunque
no hace parte oficial del EP, sí es uno de los sencillos publicados días
después. Y si ya nos ha puesto a oscilar entre la música y la política y la
música y la poesía, esta vez es el turno del
movimiento. Además, como si la experiencia que nos brinda el compositor no
fuera suficiente, el video de la canción tiene como protagonista a Serguéi
Polunin, con una de esas puestas en escena que embelesan y no dejan
parpadear. Más que una coreografía, lo que ha logrado hacer el bailarín
principal más joven del Royal Ballet de
London, es mostrarnos la lucha interna del crecimiento, del avance, mientras la
voz lo invita a nunca parar.
Para esta pista vuelven los coros, como ondas generadas en
la superficie del agua por la voz principal: potente, fuerte y diestra. Y el
acompañamiento de unos teclados que recuerdan al órgano utilizado en ritos
sagrados, forma en que también son descritos los movimientos de Polunin. Hozier
se ha convertido en la corriente que agita el agua y Serguéi en el milagro que
emerge de ella.
Realmente me encanta que un artista actual, de la talla de Hozier,
con su conocimiento en la música, la poesía y la naturaleza humana venga a
ofrecernos su verdad en estas piezas musicales que contienen mas
de lo que uno puede encontrar a simple vista. Se espera que en 2019 lance al
público su segundo trabajo discográfico del que ya hemos recibido un abrebocas
de una calidad impresionante. Un músico que vale la pena apoyar y seguir
porque, a pesar del tiempo que le toma, tiene mucha belleza por ofrecer.
Gracias a él por hacerlo y a ustedes por leer.
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